VALERIA MOJIJOVA





Si ves

esa hoja que cae del nogal, me verás.

Si recoges

esa hoja caída del nogal, no me verás:

ya estaré en el aire que respiras.


(Valeria Mojijova, Lietuva)


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Mis cuentos, pensó Mojijova después de muerta, se refugian entre las hojas de un bosque. Con el pasar de los días se incorporan a la existencia vegetal de sus hermanas naturales. Mis cuentos son hojas en un bosque.

La hoja cae desde alguna rama hacia el centro de la tierra. Roza el aire, vibra el aire. En una esquina de Kafka, en cualquier esquina de Kafka, Praga detiene su paso y percibe esa vibración.

La hoja cae y colisiona con el mundo. En los baños de un hotel de La Carlota un viajante escucha el estrépito.

La intención funda analogías entre los relatos y la hoja que ilustra mis libros con paciente recurrencia. El azar define la existencia de un lector que descubre el signo y lo fabula.

Aquí está entonces, piensa Mojijova después del teatro, el sentido que anhelo para la revolución de los cuentos.


(Teatro de Cuentos. Acto XXI)


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Una hoja. Del viento. Cae. Del viento cae. Una. Cubre al árbol. Le canta al oído que no tiene. Una hoja. Le canta al árbol. Del viento. Canta. Le cuenta al oído que no tiene. Nada. Una hoja. Cuando me muera. Del viento. Una hoja. Que me canta al oído que no tengo. Porque viento. Y entonces nada. Como mi amor. Del viento. Nada. Entonces nada. Una hoja. Caída. Así será para siempre la calle de Ignalina donde te busqué todas las madrugadas. Una hoja. Cuando me muera. Del viento. Porque viento.


(Teatro de Cuentos. Acto XXII)


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En Varena un día me embarcaron en un ataúd de madera y me enviaron a navegar el mar de la muerte. En el avenimiento de los cortejos suelen llevar flores de sal al muelle de mi tumba con la ilusión, acaso inocente, de un regreso que jamás podré engendrar.

La compasión les amoneda el ánimo e insisten en sus cuidados porque recuerdan que yo, cuando ellos, a veces ocupaba todo mi cuerpo y, si alcanzaba, también dejaba un pequeño lugar para mí.

Pero fue la ignorancia quien me enseñó los mejores saberes de la vida. Es una pena comprenderlo en la muerte, en la eternidad inútil de esta barca, ahora que estoy desnuda, despojada del cuerpo de mí.


(Teatro de Cuentos. Acto XXII)