Tres alas tienen los tronos, por eso no saben volar.
Caen, caen, caen con tanta frecuencia que el cielo se olvida de ellos. La gente que cree en la existencia de estas criaturas de alas excesivas suele arrojarlas bajo su cama luego de desplumarlas para rellenar almohadas y colchones. Yo no me acostumbro a este uso; conservo el temor a eventuales intromisiones en mis sueños operadas por estos soplones de Dios. Cuando duermo en camas ajenas termino acostado en el piso y si alguien señala esta impostura apelo a falsos desatinos vinculados a mi sonambulismo.
Ciertos domingos húmedos, antes de asistir al teatro, paseo por los bosques suburbanos para recoger tronos caídos. Con un procedimiento rutinario enrollo en el cuello de estos seres un fino alambre de cobre; luego, los cuelgo en las ramas de los árboles.
La gente que no cree en la existencia de los tronos los confunde con gorriones. Su escasa certidumbre hace del hallazgo de un trono "colgado de un alambre fino enredado en una rama" un "hecho excesivo", un cosmos donde balbucean acerca de "los orígenes de la realidad".
(Teatro de Cuentos. Acto XXI)