TIZÓN HÉCTOR


Un pueblo.

Un desierto.

Un pueblo perdido en un desierto perdido.

Un pueblo de vientos estaqueados en los techos.

Un desierto de piedras sin refugio.

Una vez por mes llega el carro tirado por mula.

El mismo carro, la misma mula.

Siempre.

En el carro viene uno pero son dos los que llegan.

Uno es de los vivos.

La otra no.

Siempre.

Con el carro y la mula llegan, una vez cada mes, el cura y la parca.

Una es de este mundo.

El otro no.

Difícil saber quién es quién.

Siempre es difícil saber.

[...]

El universo cabe en un puño lleno de palabras.

Una rata despierta a los pies de la cruz y retorna a los vientos del villorrio.

El cura y la parca abandonan la capilla y acomodan Biblias y guadañas en el carro.

Siempre.

Mientras la eternidad eterne.

Siempre.

(Teatro de Cuentos. Acto IV)