Dios cierra los ojos, pide tres deseos: entonces en el Vaticano una vela se apaga, entonces una mujer se desnuda en las aguas del Mar Muerto, entonces se corta la cuerda de un violín en Melincué.
(Teatro de Cuentos. Acto V)
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Ahora, una mariposa agita sus alas blancas en Melincué. Todos los animales del mundo abandonan la costa de los océanos y van tras un refugio. En el centro del silencio el viento hincha la laguna en Melincué.
Los meteorólogos aún ignoran el hecho.
Parado en la cornisa de la torre huele la brisa entre las piedras y el musgo. Salta. Cae. Cae y se aleja del centro del planeta. Cae gravitando hacia la estrella de esos ojos.
Las agencias periodísticas aún ignoran el hecho.
El escritor manco vaga por la senda que lleva al cementerio del pueblo. Como el Cristo de la mano rota el manco levanta su muñón y bendice los recuerdos que se han quedado sin memoria, los retoños amputados en la trilla, las hojas arrancadas en los libros. El ventarrón talla un remolino de tierra que gira y lo acompaña. El agua de la laguna avanza hasta alfombrar las fosas del camposanto.
Almacabra de alambres, de púas y de flamencos.
Los cardenales del Vaticano aún ignoran el hecho.
La mariposa se estanca en los espinillos y todo regresa a su lugar. Todo menos la ignorancia. Los ignorantes hemos ganado densidad.
Pero aún ignoramos el hecho.
(Teatro de Cuentos. Acto X)
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Un día Dios tropieza y cae del cielo.
Visto que el universo que inventó es más o menos infinito la probabilidad de que caiga sobre La Tierra es casi nula.
Sin embargo, un grupo de peregrinos jura que ha visto descender a Dios en la laguna de Melincué.
El hecho puede proponerse, entonces, como un milagro.
Al no hallarse el cuerpo del abatido se afirma y se niega la proposición según el dogma de referencia.
Pero un fenómeno resulta evidente: la laguna se desmadra y conquista el pueblo.
El periódico parroquial titula, en su edición dominguera: La inundación, consecuencia de un milagro.
No fue un milagro, bien lo sé. Todo el proceso fue planeado con rigurosa precisión.
Dios no tropezó, lo empujaron.
Los flamencos recortan el cielo sobre la laguna desbordada.
Lo que ven desde el aire es lo que callan.
(Teatro de Cuentos. Acto X)