Podríamos decir que un hombre llega a la Estación del Olvido. Podríamos suponer que lleva cuatro monedas en su bolsillo, que las entibia en el puño de su mano derecha, que las baña en sudor hasta sacarlas al aire, también húmedo, del andén.
El hombre pone las cuatro monedas sobre los rieles para desafiar, con semejante acto, al tren que deberá pasar. De este modo el tren justificará la historia. Sin él, ni el hombre, ni las cuatro monedas admitirían significado.
Mas el tren no pasó.
Tal vez nunca un hombre llegó a la Estación del Olvido pero cuatro monedas yacen, desde fecha imprecisa, sobre los rieles.
Queda por saber si existe historia.
Acaso quien, antes de tomar las monedas, compruebe la vibración vaga y sutil del acero de las vías construya el sentido.
Ésta es la misión del hacedor. Están convocados.
(Teatro de Cuentos. Acto IV)