A dos cuadras de la Inventación de Las Lomas Desamoradas supo vivir Dámaso Peres. No fue un inventor abundante y en verdad apenas lo recuerdan los viejos fumadores de espera en el puente que salta por encima de las vías.
Dos hartazgos lo implicaron inventor. Un solo invento, a fuerza de ser verídico, devolvió Peres.
Va el primero: harto de soportar las estereotipadas burlas cada vez que decía "voy a subir arriba del puente" y escuchar "no, si vas a subir abajo, tarado" Dámaso inventó una escalera para subir abajo.
Va el segundo: harto de soportar que el señor Microsoft Word borrara automáticamente la palabra "arriba" cuando escribía "subir arriba", Dámaso inventó una escalera para subir abajo (me pregunto de paso, y que mi pregunta quede fuera de este cuento, ¿por qué este señor Microsoft Word no hace el mismo truco desaparecedor cuando uno escribe "bajar abajo"?).
La cuestión fue que Peres se apareció un día con una escalera. La equilibró contra una columna del puente y subió para abajo. Los fumadores de espera lo vieron subir para abajo hasta desaparecer. Desviando las consecuencias del acto inventativo hicieron correr la historia que afirma que Dámaso Peres, al subir para abajo, se fue al infierno. Y que subiendo más para abajo llegó a descubrir qué hay debajo del infierno.
"Debajo del infierno está el cielo" salmodia gravemente un fumador mientras acompaña el rigor de su sentencia lanzando una voluta de humo.
Y los demás mueven la cabeza, lentamente, con gesto afirmativo.
Con estos argumentos, débiles balbuceos de leves filosofares, disimulan el vacío de su historia.
Vea, yo no quiero meterme en cuestiones lógicas, me dice el rengo Fenicio al oído, lo mío es la espera; pero la escalera de Dámaso sigue ahí, equilibrada contra la columna del puente. Y que yo sepa, nunca nadie se atrevió a ponerle un pie encima.
(Teatro de Cuentos. Acto XXIII)