Cierto Dr. Leto, viejo desconocido de Macedonio, supo practicar en sus ratos de ocio los oficios de náufrago. La mar de su idea lo llevó a inventar "la botella retornante". A la producción de este artilugio destinó nuestro doctor toda la fortuna generada a través de sus prácticas médicas.
La primera generación de botellas retornantes no llegó a puerto porque, por lo común, un náufrago varado en una isla desierta rara vez lleva consigo una hoja de papel y un lápiz que le permitan redactar la nota que debe introducir en el invento.
La segunda generación de botellas retornantes incluía la provisión de una resma de papel A4 y un fibrón cargado con tinta indeleble. Esta segunda generación de botellas retornantes no fracasó como invento. Su inutilidad se cifró en otro hecho. Cuando la botella retornante regresaba a la isla, llevando en su interior el tal anhelado mensaje "aguante que ya vamos", el tozudo náufrago había muerto de soledad o inanición, o tal vez, devorado por extrañas especies animales.
Hoy, la formidable fortuna del Dr. Leto ya se diluyó en ocres mareas pero su afán inventor lo retorna, ciertas noches, al rescate de algunos náufragos que se pierden en la melancolía de los domingos.
(Teatro de Cuentos. Acto XXIII)