Debería usted orientar su tiempo de relato
hacia otras planicies: ¿a quién puede importarle
un universo de cuentos?
Es más, ¿a quién podrá importarle una biblioteca y un teatro de fábulas que, según se investigue,
jamás ha existido en los registros del reino?
(David Ovich, Comentarios radiales)
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En la cíclica estancia del teatro ya vacío, vencidas las luces por la sombra y el silencio, camino la rutina entre las gradas. Curvas callejuelas de madera enlazan mis pasos. Más allá del foro entro en la sombra y en la sombra encuentro el sitio donde está crucificado el Cristo: es el paraje del silencio, el lugar que no se nombra.
[...]
Estremece la verdad, me dice, apenas puedo decir que el teatro no es el sueño y que sus paredes suelen ser las hojas del libro que escribo.
En la cuarta fila ha quedado, dormido o ausente, un hombre o su recuerdo.
Ovich, recién llegado al teatro, a este lugar insustancial que asoma después de los cuentos, no lo perturba. Apenas lee su sueño. Este sueño.
(Teatro de Cuentos. Acto XXI)