APELACIÓN






Apelación, el ángel anarquista, encuentra a un Viejo Recolector de Pesares en la encrucijada del camino de la Santa Fea.

El viejo llora de rodillas, sin consuelo moral, junto al cadáver de una culebra de bolsillo.

Al notar la presencia del ángel solicita un milagro. Ruega, ferviente, que regrese la vida a esa culebra.

Apelación, tras hurgar en su bolsa celestial en procura de algún sortilegio efectivo, cumple con la demanda y la vida serpentea nuevamente en aquella culebra.

El viejo comienza a jugar con el reptil entre sus dedos y las lágrimas se funden en cándida sonrisa.

Apelación reinicia el andar para eludir formales agradecimientos en el preciso instante en que el Viejo Recolector de Pesares da muerte a la culebra.

El ángel increpa al hombre. Y el hombre dice al ángel:

“Nada en este mundo me hace más feliz que matarlas”.

Cuando Apelación toma la curva del camino el viejo, sufriente, ya se arrodilla y comienza a llorar, sin consuelo, junto al cadáver de la culebra de bolsillo.


(Teatro de Cuentos. Acto I. Lágrimas)



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Transcribo: Quiero narrar aquello que me fuera contado al respecto de Apelación: el ángel anarquista, trovador de las planicies celestes y regador orinante del deseo.

Me han dicho que el susodicho pasó desapercibido para sus primitivos contemporáneos pues era un furibundo opositor del régimen de poder vigente. Frente a tal situación Apelación emerge como representante de los grupos nómades aunque las bajas lenguas enfatizan acerca del desacierto de tal mediatriz clasificatoria. En virtud de esta especie de laguna mental desagregada en la cabeza de los historiadores se confundieron los datos bibliográficos y biográficos del ángel. Acaso envidia.

Es la enfermedad. De eso se trata.

Pero dicen los que cuentan que Apelación vaga por las tierras y por los tiempos de fabulación con el afán de graduarse en su carrera angelical y obtener el derecho de acceso al cielo. Para lograr tal doctorado debe cumplimentar un número pautado de milagros positivos. Ergo, su práctica residente lo lleva a un continuo viaje por la historia con el objetivo formal de aprobar su serie de exámenes reglamentarios. El seguimiento de azarosos periplos y de actuaciones trataré de ordenar según aportes suministrados.

Un interlocutor de encrucijada señala que Apelación justifica, allá por los tiempos del Clococó, el proceso de reconocimiento patrimonial de los lactantes de tetas maternas mientras los mismos no tuviesen uso de palabra pues, sólo desde esta cota, corresponderían las interpretaciones promulgadas por el Duque de Moralina y Estiércol: Una es la teta de leche y otra la de sexo. Y sólo esta última puede ser propiedad de un tetateniente.

Este intento contra-Duque se desarrolla sobre la intención de reclamo que ostenta el poderoso sobre todas las tetas. Semejante puja ideológica hace que los médanos y las colinas suban sus cotizaciones hasta que los tetatenientes pactan división de bienes y cubren con fajas negras, en señal falsa de pudor, todos los senos turgentes de la Madre Naturaleza.

Así comienza la censura a la teta y la producción de corpiños. También, producto de la mala leche del Duque de Moralina y Estiércol, Apelación se ve catapultado al exilio.

Desde ese lugar el ángel escribe sus tesis en forma de Cantares y Diálogos. Algunos sofisticados sutilistas aprovechan para postular la dicotomía racista de Apelación. En respuesta, nuestro héroe alado intenta formular su discurso sobre la voluntad errada de las abejas de la Isla de Cuerva (ver al respecto la obra de Melazza de Siria). Todo este veraniego debate epistemológico provoca cierto acaloramiento en las tribus alcohólicas las que, dispuestas a elevar el bienestar de la comunidad, deciden beber leche de cabra virgen. Este desafinado movimiento dialéctico genera la contradicción leche-alcohol y por algún tiempo, en los suburbios, se vuelve a mencionar la historia de la teta. Hubo un poeta amigo de Apelación que resume, en sus Sonetos Tetos la gracia de tal acontecer cultural (Donov, Julián: Los Sonetos Tetos. Biblioteca Fabularia). Puede citarse, además, el Tercer Diálogo de Apelación que, si bien no aporta nada interesante, es todo un ejemplo cúlico de entelequia morfológica. Empero, la cuestión primordial remite al rescate de la paradoja de las abejas, respuesta del anarco-ángel a los sutilistas de Etea.

Cuando Apelación aún no sabe si va o viene por la banquina de la historia vivitante, en la ribera del río Estrate - junto al Monomolino - encuentra varios panales de abejas. Estos motivan su pensamiento y pregunta a las musas: “Musas, oh, musas, estas abejitas, ¿zumban o cantan?”. Se contesta que en verdad cantan y así nace la necesidad de hallar el corocódigo que le permita acceder al lenguaje de los insectos. Memoriza el canto de las fabricantes de miel y parte a la búsqueda de algún sabio o mediosabio que resuelva el problema.

Diez días después de iniciado su periplo se topa con un gran sabio. Este le informa acerca de alguna pista decodificadora. De tal encuentro Apelación obtiene el rastro del camino de las abejas. Dicho camino era un camino cualquiera pero qué remedio quedaba.

Pasa el tiempo y no pasa nada. Lo peor del pero es que, entre pitos y zumbares, el buscador olvida la canción memorizada y, para colmo, mientras su cerebro lo cachetea su conciencia confirma otro dato: se ha perdido.

Apelación jura que, si algún día el destino cruel y tanguero lo regresa hasta el Monomolino permitirá que las abejas lo piquen a lo largo de todo el brazo. Este acto acontece, pero los implacables bichos no sólo le aguijonean el brazo derecho sino también el izquierdo, las piernas, la espalda y todo lo demás, menos lo que ustedes suponen. Delicadas ellas.

(Teatro de Cuentos. Acto III)