AONIKEN



[...]

De esta manera: La noche se ha instalado en los fondos de Aonikén.

Esta noche, la que confina la representación que se cuenta, concierne al pasado.

Ya no habitamos ese sur de adoquines, ya no somos parte de sus calles, ya no estamos ahí. Se ha ido el teatro y con sus baúles repletos de títeres: ya se fueron los que fuimos. Pero el juego de la memoria lesiona mi añoranza cuando algún muñeco me llama con su voz de palo hacia el perímetro de los redoblantes. Por eso escribo que la noche se ha instalado en los fondos de Aonikén y que preludia la función.

“Público, Respetable Público, nos están haciendo el cuento: sean bienvenidos.”

Al Respetable Público que ingresa a los fondos ya se les ha entregado el Libro de Cuentos de esa noche. Luego, se sientan en torno a los retablos y a las pantallas de sombras.

Las estrellas por cubierta hacen silencio, la luna que cae alrededor del ciego todavía no ha llegado, la falsa luna cenital da luz al centro de la escena. Los músicos inician su concierto de cuentos, cuerdas sintetizadas y voces en cámara de ecos.

Se distribuyen los primeros vasos con vino bajo la mirada atenta de los gatos en los tapiales.

Un trujamán y su manipulador se detienen bajo la luz cenital de la luna falsa.

Se inicia, pacto en la noche, el Teatro de Cuentos en los fondos de Aonikén .

"Dicen que dicen que al principio las tierras del mundo estaban vacías, que el universo todo era desiertos. Hasta que un día de los viejos, viejos tiempos…"

[...]

(Se llenan con vinos los vasos de todos los presentes, sean personas, ánimas o muñecos).

(En las pantallas de sombras del retablo se enciende una ventana).

(Se brinda a la salud de los cuentos, de los ausentes y de los que, alguna vez, recordarán la noche).

Y entonces la luz

(que no es el final de la noche)



(Teatro de Cuentos. Acto XVII)