AE



¿Qué rumor queda del tiempo cuando pasa, Ae? ¿Acaso el zumbido en los oídos sea el eco de lo que fue?

La historia resulta inútil para todo el presente.

Solamente se abre el libro de quejas y reproches. ¿Es el único libro que hemos escrito, Ae? ¿Lo demás se borró?

¿Qué recuerdo queda de nosotros, Ae? ¿Qué calles, qué estaciones, qué trenes sucios de verano? ¿Quiénes eran esos que se fueron juntos hasta el fin de un segundo? ¿Qué banderas, qué bandadas dejó flameando la vida?

En el agujero del alma se perdieron tantas cosas. También el alma. ¿Sin querer?

¿Habrá sido un descuido, un parpadeo, un salto quieto?

Noticia de un naufragio.

Una botella vacía llega hasta la playa.

“No hay mensaje”, dicen los videntes.

Imbéciles. El mensaje es la botella. Somos la botella.

Somos la botella.

Los videntes, algo inquietos en su carencia, destrozan la botella contra las piedras. Entonces se hiere el mar, se lastima con agujas de vidrio astillado. Sangra. Se lame de sal y se diluye en la espuma.

¿Recordará Albatros esta muerte en su ceguera?

Y nuevamente: ¿Quién te contará mi historia, Ae?

¿Quién te escribirá en la espalda el sonido de lo que fue?

¿Qué melodía enunciará lo que no pude?

“No hay mensaje”, repite el eco de los videntes.

“No hay mensaje, olvidemos todo esto”.

Otra botella vacía llega hasta la playa.





(Teatro de Cuentos. Acto I)